Sanar la percepción: de la rabia, al desamparo a la belleza pura

¿Quién no se ha enfrascado en sus propios dramas y sintiendo que se ahoga en ellos? Sin demeritar los retos que muchas personas enfrentan a diario, también es sabido que hay momentos en que nos ahogamos en un vaso de agua porque lo vemos como un mar turbulento, lleno de tiburones y pirañas que en cualquier instante nos pueden engullir sin piedad.

Así estaba yo hace unos días; en realidad ni sabía muy bien que me pasaba pero la sensación era que mis opciones de construir mi futuro cercano tal como lo quiero se estaban extinguiendo. Me sentí abrumada y desesperanzada.

Sin embargo, entendí también que ahí había algo para integrar, para mirar de una manera más compasiva. No hice nada, lo dejé estar. Me fui a un círculo de mujeres el cual, en esta ocasión, estaba también ayudando a organizar. El tema era la vulnerabilidad. Como siempre fue un círculo poderoso, pero a diferencia de otras veces, salimos confrontadas, con cierta incomodidad.

Particularmente, a raíz de una pregunta en el círculo, comprendí como aún hoy, me enojo conmigo y me juzgo cuando algo que yo misma estoy diseñando o creando no sale a la altura de mis expectativas.

Usualmente no hablo de mi rabia, porque no es tan frecuente, pero también porque me la trago. Sin embargo, al expresarla en ese espacio y darme cuenta de lo que me pasaba con la rabia, hubo algo que se soltó; estaba profundamente agradecida con el círculo por contenerme. Después de soltar el enojo, el cansancio y el desamparo aparecieron ante mi.

La rabia me agota, como a todos; pero también me hace sentir fuerte. La rabia estaba ocultando ese desamparo que a veces siento, a pesar del amor y del apoyo que siempre me han rodeado.

Cuando llegué a casa (en obra y casi vacía por lo mismo) Odín, el perro, estaba muy inquieto. Él siempre duerme tranquilo en su camita, y esta vez no quiso, lloró durante la noche hasta que le entré su cama a mi cuarto, entonces dejó de llorar pero no de estar inquieto, hasta que se acercó a mi cama (no lo dejo dormir en ella) y a su manera me pidió hacerse a mi lado. Lo dejé subirse y dormimos juntos el resto de la noche. En ese instante en el que él se acomoda a mi lado, algo se derrite en mi, suelto un par de lágrimas y entiendo que él estaba inquieto por la ausencia de mi hijo que estaba de viaje, pero por sobre todo estaba así por mi. Fue su manera de hacerse a mi lado que me demostró como ese amor sin juicios te recompone, tanto que al otro día la tormenta en la que me estaba ahogando, se convirtió en agua mansa y cálida, llena de posibilidades.

Sanar la percepción pasa por abordar las emociones de manera genuina y amorosa y no tienes que hacer nada con ellas, solo reconocerlas y aceptarlas y si hay seres amorosos (de dos y de cuatro patas) a tu lado que te pueden contener y acompañar, el tránsito a una nueva y poderosa mirada sobre aquello que te aquejaba será belleza pura.

Anterior
Anterior

La valentía de mirarse

Siguiente
Siguiente

El día que yo fui feliz